AVISO: Este relato contiene partes que pueden herir la sensibilidad. Gracias.
Gritos en la oscuridad, ya no puedo soportar el dolor. Me he limpiado la herida tantas veces que ya no sabría contarlas, pero sigue igual, aun peor si cabe.
Tengo desde hace semanas un agujero en el pie. Tan grande que al momento de crearse podía ver partes blancas dentro de él. Pero no puedo ir a ningún médico.
He probado toda clase de desinfectantes y no ha dado resultado, las partes rosadas que antes mostraban mi carne, se están ennegreciendo por momentos, y toda la zona se está hinchando como un globo. Ya no puedo seguir esperando, necesito medidas drásticas.
Cojo mi chaqueta y aprieto los dientes cada vez que doy un paso, el dolor es insostenible, pero tengo que aguantar.
Cojeando llego a la zona indeseable de la ciudad, tan peligrosa que la policía ya no pasa por aquí. Con un poco de suerte tendré tiempo de volver antes de que se percaten de mi presencia. Entro en el primer portal donde veo la señal de un camello y subo las viejas escaleras de madera medio encharcadas, procurando apartarme de los hongos de las paredes. En el primer piso está la misma marca en la puerta, hecha con tiza blanca. Llamo.
- Que quieres. – Una voz de hombre me da la bienvenida al submundo desde el otro lado de la puerta.
- China White.
Oigo claramente a alguien que utiliza la mirilla y después pasa lo que parece una eternidad antes de que se abra la puerta. Es un intermediario chapucero, pero seguramente tenga colegas armados en el piso. Tendré que andarme con cuidado, pero ese dato es precisamente indicativo de que estoy en el sitio correcto para mis intenciones.
- No tengo nada mas fuerte que San Pedro colega
- No me jodas. He visto la marca del China White.
- Yo no tengo esa mierda.
Me vuelve de nuevo el dolor inaguantable y no puedo evitar que se me escape un grito ahogado. Tengo que morderme la lengua hasta hacerme sangre para dejar de temblar. Se ha dado cuenta.
- Si que estas jodido chico.... Y obviamente no eres un poli, ninguno iria arrastrándose en tu estado para entrar aquí. Dime que es lo que quieres.
- TE LO ACABO DE DECIR! – Grito para olvidar el punzante dolor que me avisa de que mi pie está a punto de morir, y de arrastrarme a mi con él.
- Tranquilo hombre, no hace falta gritar.... – Gira el cuello y busca con la mirada algo dentro del piso. Hace un gesto afirmativo y en el acto cambia de actitud. – Serán quinientos. Espera un momento.
El desaparece dentro del piso y oigo sus pasos perderse hasta llegar, supongo, a la habitación que hacen servir de laboratorio. Tengo sudores frios y mareos continuos. Estoy seguro de que la fiebre me está subiendo rápidamente y mi corazón está fuera de control. Empiezo a molestarme con la tia que me hizo esto, lo estoy pasando bastante mal.... La puerta se abre y el portero me enseña la bolsa.
– Esta mierda anestesiaria a un caballo. No vayas a cagarla.
- No me jodas mamá. Toma la jodida pasta.
Mi mano se mete en mi bolsillo temblando y saco los billetes. Cojo la bolsa y me largo escaleras abajo. A cada paso la cosa empeora y estoy a punto de perder el conocimiento un par de veces, pero logro rehacerme y seguir andando antes de caerme redondo al suelo.
Me han jodido bien. Pero ha sido por mi culpa, ¿como pudo pasárseme la navaja que tenia debajo de la almohada?. Error de principiante, maldita sea. La cosa estaba empezando a ponerse interesante cuando le dio por acuchillarme. Mala suerte.
Consigo llegar a mi piso y haciendo un sobreesfuerzo abro la puerta. Vamos un paso más y estarás en el sofá. Pero antes necesitas los instrumentos.
Vacío una botella de alcohol en un jarrón y pongo el cuchillo mas grande de la cocina y unas tijeras dentro. El hierro de la cocina de tapar el fuego y el cinturón también los necesito, así como el vendaje de compresión lleno de pomada antibiótica. Todo ha de estar calculado al milímetro.
Enciendo la chimenea y tiro el hierro dentro. Muevo el sofá hasta estar cerca y traigo el taburete de la cocina. Lo preparo todo con esmero y con calma, pues solo podré empezar cuando esté fuera de mi cuerpo, mirando desde arriba.
Me preparo con calma. No puedo tener prisas ahora, una mínima equivocación y todo saldrá mal. La técnica requiere su tiempo, no se puede acelerar. Es todo un arte hacerlo bien.
Veo crepitar mi anestesia en la cuchara, ahora ya está listo. Absorbo y la mezclo con mi sangre. Al empujar el émbolo hacia dentro, mi espíritu salta de mis tripas, intentando salirse por mi boca, y después de unos segundos, lo consigue.
Ahora todo está ralentizado y vivo fuera del tiempo. Pero no puedo perderme en el placer demasiado tiempo, tengo trabajo que hacer. Cojo la jeringuilla y me la clavo en la mano suavemente. No siento nada. Es el momento.
Tengo el pie tan hinchado que ya no puedo sacarme la zapatilla. Cojo las tijeras y la voy cortando por los laterales, mientras veo como un monstruo deforme aparece, liberado de su prisión de cordones. Está peor de lo que imaginaba.
Ya no queda nada que me recuerde a un pie, es una masa deforme de un color rojo oscuro, con multitud de bultos que parecen erupciones y lo que antes era negro se ha vuelto púrpura. Es precioso. Ojala pudiera tocarlo, pero se que si lo hago seguramente moriré en minutos.
Aun se puede ver la forma de la hoja que me atravesó la carne, con la forma típica de haber retorcido el arma dentro. Gran trabajo Darling. Seguramente los asesinatos de mis otras víctimas habian llamado tu atención y yo habia bajado la guardia. Cosas que pasan. Debí darme cuenta, pero estaba demasiado excitado.
No se asustó cuando le enseñé los artilugios que tenía, solo me pidió mas dinero. Pero una vez llegado el momento, me dejé dominar por la ansiedad en vez de controlar la situación. Lo tenia todo listo ya para disfrutar despedazando su bonito cuerpo, pero ella se adelantó y me clavó un cuchillo enorme en el pié. Se largó corriendo y yo tuve que huir. Después de arreglarme yo, pienso saldar cuentas con ella, eso seguro.
Cojo el cinturón y me hago un torniquete por encima del tobillo, me la coloco encima del taburete y cojo el cuchillo. Antes de empezar necesito despedirme de el, necesito tocarlo. Alargo la mano y toco en el centro de la inflamación. Mi dedo se hunde casi imperceptiblemente y veo crepitar el interior. Se forman curiosas hondas, que se expanden, haciéndome temblar aunque no siento nada. Algo va mal y lo noto, me estoy desvaneciendo, y dentro de poco ya no existiré. Tengo que darme prisa.
Observo como mis ojos me ofrecen ahora una visión lluviosa, mientras no paran de abrirse y cerrarse con fuerza involuntariamente. Estoy sudando como un cerdo y noto que me estoy ahogando. Apoyo el cuchillo por encima del tobillo y consigo concentrarme para no cometer errores, ahora no puedo fallar.
La primera envestida es limpia, pero según voy avanzando los huesos y los tendones me dificultan el camino. Estoy perdiendo la cabeza por momentos. Ahora mi grotesca extremidad se ha convertido en un tronco de madera, y estoy sentado en medio de un campo de maíz. El aire corre oxigenando mis pulmones y si alargo la mano el tacto áspero de las espigas me hace cosquillas.
No soy consciente pero sigo cortando subiendo el esfuerzo cada vez, oyendo como la madera va cediendo a mi persistencia. Miro al frente y veo a mi madre animándome, prometiéndome una rica cena cuando acabe de cortar la leña. A su lado está mi padre, clavando la hazada en el suelo una y otra vez, sin descanso.
Vuelvo a mirar a la madera y veo que casi está, he vencido la parte mas dura y ahora solo me queda el último corte. Aprieto con fuerza el mango y el cuchillo corta la madera en dos pedazos. Me río y noto el sabor salado de mi sudor en los labios.
Miro al frente y vuelvo a ver a mi padre, clavando la hazada sin descanso, pero esta vez no la clava en el suelo, sino sobre mi madre, y todo está lleno de sangre. Una y otra vez, sin descanso, mientras tararea la canción de los enanitos de Blancanieves. Tengo que salir de aquí.
Cierra los ojos. Respira, uno, dos. Abre los ojos.
Ya estoy en la habitación. Alargo la mano hacia la chimenea y cojo el hierro incandescente. Tiene que ser sin pensar, hazlo rápido. Miro mi pierna y está aprisionada por la cuerda, de color morado. La deformidad está en el suelo, medio deshaciéndose en su jugo.
Agarro con las 2 manos el hierro y un segundo antes de que llegue a ponerlo sobre la incisión ya huelo a carne quemada. Sale un montón de humo pero aún no puedo anular la presión, un par de segundos mas y ya será suficiente.
Separo el hierro del muñón y lo pongo de nuevo en la chimenea. Rápidamente cojo las vendas rociadas de pomada antibiótica y me comprimo el muñón. El dolor me invade de nuevo y es tan intenso que no puedo pensar, un tremendo escalofrío me recorre la espalda y me tensa el cuerpo tan fuerte que estoy a punto de partirme por la mitad.
Ahora es mi padre el que ha traspasado los límites de mis sueños, y está dentro de la chimenea, totalmente quemado y con el cuchillo con el que me cortado en la mano.
Me falta oxígeno en el cerebro. Tengo que aflojar el torniquete. Rápido. Intento alargar la mano pero la tensión a la que está sometida mi cuerpo me lo impide. Empiezo a oir al canción de los enanitos muy cerca. RAPIDO!
Consigo aflojar el cinturón y me desvanezco un par de segundos, cayendo al suelo. Veo que el cuchillo está ahora en mi mano y que no hay nadie en la chimenea.
Me miro la pierna y no parece sangrar, pero empieza a doler de verdad, asi que necesitaré otra dosis de mi calmante.
Unos días de reposo y te encontraré, allá donde estés. No hemos terminado de jugar.